Palabras de Bernardo Tapia Cabezas
Miércoles 11 de octubre de 2023
Buenos días, mi nombre es Bernardo Tapia Cabezas, hijo de Myriam Cabezas Rojas, sobrino de Marcela Cabezas Rojas, Mabel Cabezas Rojas y Patricio Cabezas Rojas. Nieto de Julio Cabezas Gacitúa, quien nos reúne hoy aquí.
Crecí escuchando historias sobre su nombre. El tiempo que dedicaba al cuidado de mi mamá, mis tías y mi tío; su costumbre de leer el diario El Mercurio en la mesa a la hora del desayuno; trabajar hasta tarde en su máquina de escribir; fumar pipa; su descuido al abotonarse y el cariño constante hacia su familia y profesión. Me dijeron que lo apodaban “el abogado de los pobres” y que, siempre con una sonrisa, recibía papas y gallinas como pago.
Cuando era chico me llamaba la atención que, a pesar de que lo nombraban constantemente, aunque estaban sus fotos y libros, él nunca estaba. Pero el preguntar sobre "Don Julio" era problemático, el silencio y las caras largas, incómodas, las manos que se movían rápido buscando algo más qué hacer, a veces incluso, una lágrima. Las discusiones de los adultos de si era adecuado que nosotros, los “niños”, supiéramos esto, que éramos muy chicos, que no lo entenderíamos, que no era necesario.
La verdad, no sé en qué momento su nombre se fue asociando al llanto, la pena y la rabia de mi mamá; a Pisagua, a la fosa, las revistas y papeles escondidos –que nadie debía conocer– y, sobre todo, al resguardo de hablar sobre ciertas cosas, cosas peligrosas. “Él no militaba en ningún partido”, “él sólo hacía su trabajo”, “hay cosas que no se pueden saber”, y siempre: “esto fue una venganza”. No entendía, se suponía que estaba haciendo su trabajo, que estaba investigando a delincuentes.
Me contaron que se entregó por voluntad propia un 14 de septiembre, días después del cumpleaños de mi mamá, y para tranquilizar a todos dijo algo como: “el Ejército está para cuidar, no para matar a su pueblo”. Que en su última carta estaba seguro de que no pasaría nada, que estaría de vuelta pronto...
Recuerdo, durante la enseñanza media que una vez alguien se enteró de mi parentesco con un "detenido desaparecido", y me dijo: "Por algo lo habrán matado". En ese momento recordé cada vez que mi mamá me dijo que no había que hablar de esto, ya que a ella también se lo dijeron las hijas de los generales en el colegio de monjas en el que estudiaba: "Mi papá mató a tu papá", "por algo mataron a tu papá". ¿Qué podía responder?, ¿qué podíamos responder? Estaba haciendo su trabajo, ¿cómo eso va a ser argumento suficiente para semejante crueldad?
De entre las diferentes historias y vivencias que dan vueltas entre mi familia, he tejido una imagen que me ha servido para dar forma al abuelo que han querido mostrarme. Por lo mismo, en la fuerza e ideales de sus hijas e hijo, en su carácter y bondad, en su entrega por los otros y en su ansia de justicia puedo darle profundidad a la persona que formó su carácter.
Bernardo Tapia Ugalde y Patricio Cabezas Rojas, amigos de infancia, comenzaron la búsqueda de Don Julio. Rebuscaron y preguntaron persiguiendo una pista y así llegaron a la consulta de un médico que, en su tiempo como estudiante, fue obligado a verificar la muerte de los ejecutados en Pisagua. Él les dijo que siempre estuvo vendado, pero que vio un ángel…, "El hijo y el marido", los llaman en la novela “El Caballo Bermejo”.
Bajo una piedra marcada con un clavel, una bota y el número 73, lo encontraron. Mi papá me contó que lo reconoció por su desorden la madrugada del 6 de julio de 1990, que hasta el final llevaba mal abrochados los botones, que era el último cadáver de la fosa en Pisagua, que reconoció a otros por las pistas que le entregaron quienes buscaban a sus seres queridos. Que mi tío jamás pensó que volverían a encontrarse, se suponía que estaba en el extranjero, al menos, eso fue lo que les dijeron los militares mientras preguntaban qué había sido de él.
Julio César Cabezas Gacitúa, Procurador Fiscal de Tarapacá. Muerto en acto de servicio, fusilado en Pisagua por realizar su trabajo contra el narcotráfico y el contrabando, enterrado junto a su equipo y junto a algunos cómplices, quienes no debían delatar al delincuente cobarde fiscal militar de Pisagua. Para mi mamá es un héroe, y se nota cada vez que le brillan los ojos hablando de él. De lo bueno y noble e ingenuo que era.
La muerte de Don Julio produjo un quiebre irreparable en mi familia, un sentimiento de pérdida transita entre nosotros y parece heredable. ¿Debemos olvidar? Como menciona el sociólogo Garretón al preguntarse ¿para qué recordar?, tenemos el deber de luchar de manera constante contra el “mal absoluto que se opone a la fraternidad”, contra el mal irremediable que representa la dictadura frente a la comunidad que es Chile. Mal absoluto que se llevó a Don Julio, mal irremediable que se llevó a tantas otras y otros.
Bernardo Tapia Cabezas