PRÓLOGO

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PRÓLOGO

Abrimos este número tercero de la Revista del Consejo de Defensa del Estado dedicándolo a Manuel de Rivacoba y Rivacoba, nacido en Madrid, el 9 de septiembre de 1925 y, hasta su fin, nuestro asesor penal, fallecido el pasado 30 de diciembre de 2000, inesperadamente, en pleno ejercicio de su función académica, víctima de un derrame cerebral que lo golpeó en Mendoza, mientras dictaba una conferencia.

Su carácter fuerte, serio, exigente, crítico y autocrítico no fue obstáculo para que numerosos amigos y discípulos -maduros y muy jóvenes también- corrieran a Mendoza a socorrerlo, cada uno con sus medios. Creamos una cadena de apoyo fraterno que, finalmente, lo retornó a Chile, al Hospital Clínico de la Universidad de Chile, donde falleció estrechando, entre otras, mi mano y, me atrevo a decirlo, esbozando una tierna media sonrisa, que aún tenía algo del aire burlón que solía acompañarlo.

Don Manuel era sabio y era dulce. Amigo sacrificado y confiado de sus amigos. Desinteresado de todo interés material o pragmático, como reflejaba su pequeño departamento repleto de libros. Disfrutaba los encuentros con amigos, las buenas cenas y más de alguna vez deambulamos por recónditos lugares de Concón o Reñaca tras un plato especial que él conocía.

Trabajó duramente para el Consejo, sin negarse a ningún esfuerzo, y llegando tempranísimo, desde Valparaíso, en bus, a cada reunión en que era requerido.

Sincero, valiente y principista, enamorado del Derecho y su filosofía, enfrentó la cárcel de Franco, entre 1947 y 1956, rechazando todo arbitrio de poder.

Desde su prisión, su fortaleza le permitió licenciarse en derecho, con calificación de Notable, en 1953, y preparar el grado de Doctor en Derecho, el que obtuvo con calificación sobresaliente, en la Universidad de Madrid, el 5 de julio de 1957. Además, en paralelo, y para mayor esfuerzo cultivando el estilo que aquí después le conocimos, se licenció, a la vez, en Filosofía y Letras, con nota Sobresaliente y Premio Extraordinario, el 3 de julio de 1950, y se doctoró en filosofía el año 1951, también calificado como sobresaliente y notable.

Poco se puede pues decir de él sin aparecer exagerando las virtudes de quien ya no está con nosotros, como a menudo se hace. Pero en este caso nadie podría exagerar nada, salvo su intolerancia hacia la tontera o la dejadez, porque él, en realidad era un Maestro, porque era un hombre noble y recto hasta el más alto límite imaginable y porque era modesto al punto de pedir funerales privados, sin avisos ni público, sólo atendido por el personal de turno del cementerio que le tocase y velado en el mismo lugar público, bajo su bandera de España, custodiada por él, por años, especialmente a ese efecto. Esa especial bandera debía ser enviada después a quien le sucediera en la custodia, pues don Manuel fue Ministro sin cartera en Misión en América del Sur, del último Gobierno de la República Española, entre muchos otros altos cargos que desempeñó en su exilio frente a Franco, hasta la disolución de las instituciones republicanas en 1977.

Ante su sencillez, de hecho, desobedezco su voluntad de no recibir honor alguno a su muerte. Pero desobedezco, como se lo dije junto al féretro, porque él fortaleció nuestro apego a respetar, siempre, los dictados de la propia conciencia. Y mi conciencia lo estima y sufre su ausencia.

Yo, como varios, y en particular el Consejo de Defensa del Estado, lo quisimos y admiramos y, todo lo que podamos agregar, sabemos resultará pobre frente a su altura humana y a su cultura, por eso, dejaré a su obra hablar por él, señalando en los anexos que corren en las páginas 128 y siguientes de esta Revista, sus libros, artículos académicos y cargos más importantes, como ser Miembro, por ejemplo, de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile, desde 1985, o ser miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas del Instituto de España, desde 1987, entre muchos otros sillones académicos de primer nivel que ocupó por sus solos méritos, carente de toda influencia ajena a su propia inteligencia y saber.

Así, quienes no lo conocieron, tendrán una objetiva visión de él; sus discípulos podrán reencontrar sus huellas, y nosotros, quienes lo lloramos, podremos contemplar su paso y seguir sustentándonos en el amigo devoto.

Clara Leonora Szczaranski Cerda*

* Clara Leonora Szczaranski Cerda. Presidente del Comité Editorial.

 

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